CONSTELACIÓN
FRATERNA
Tres
almas se solidarizaron con la del último hijo que cuidó,
en el
final y sin experiencia, de nuestros padres.
Tremendo
noble gesto:
esperan
con paciencia su herencia.
Me la
brindan entre líneas, sin obligación de devolver,
como
ofrenda de amor
hasta
el final de mis días.
Su
generosidad no solo viene de lo ancestral;
es
pacto silencioso,
es
justicia encarnada,
es
compensación por el alto precio
que
pagué, sin arrepentimiento,
con
bíblica voluntad, con gran amor filial.
Ustedes,
mis hermanos son el afecto que no exige,
sino
que acompaña, sin juicio.
A mis pares
extras de manos, a esos seis brazos,
esos bolsillos,
a mis tres fraternos pacíficos latidos del borde rojo…
para
esas tres allegadas conciencias; toda mi gratitud: la eterna.
Mis
palabras en estos versos son para ustedes:
las
escribo con el color digital del titanio —no el físico—
sino con
el que tiñe mi talento recibido, mi poesía,
mi
riqueza personal.
Mi
abrazo ritual para ustedes
no
viene como el de los doce discípulos donde hubo traición,
sino el
de los mosqueteros con su lema:
Todos
para uno y uno para todos.
Nuestro
abrazo es una cadena de acero, de honra y respeto:
¡Los
abrazo fuerte y sostenido!, con mucha alegría, y una pizca de tristeza…
Merecen
ser nombrados como campeones y bondadosos humanos,
visibles
y gloriosos en el pódium de la ejemplar hermandad,
guardianes
de mi derrotero final:
el
primero, el segundo y el tercero... eslabones de mi constelación…
Gracias
por todo el legado compartido.
Mi
gratitud con reverencia y total decencia.
Los
amo con esa intensa lágrima reservada
para
esa última página con final feliz del escritor sin tragedia:
la que
se escribe sin tinta y se suspira
con el
profuso pulso de la gentileza
y la
dignidad de esa mano rescatada del abismo.
Medallas
inquebrantables para los tres,
no las
metálicas de oro ni de plata de joyería mundana que se cuelgan:
las
irreplicables, las que se sienten dentro de la piel y son luz,
las de
sangre cariamanguense y macareña de cepa.
Ustedes
son mi silencioso ritual de sagrada cofradía,
que
nunca me invadió…¡Justicia para ustedes, la del guiño de la Dualidad Sagrada!
¡Honor
y gloria para mi bendita sangre, para mis estrellas terrenales!
¡Perdonad,
mis lágrimas de orgullo... y mis aplausos hasta la tendinitis!
No queda
más que ofrecer estos últimos tres silencios musicales: uno… dos… tres…
así
les entrego toda mi solemnidad en un
invisible pentagrama místico;
desde aquel
rincón del sur andino ecuatoriano y sin ser Liszt ni Schubert,
como deudor
recogido, abrigado por ustedes y sin culpa.
Al
final, sin ser perdedor ni ganador les entrego este pergamino espacial,
al
primero… al segundo… al tercero… a los tres afectos entrañables;
sin
ruido de despedida del alma que no suena como bisagra de confesionario;
su cuarto
y humilde hermano bendiciéndolos como rutina memorial de orfandad;
orando
a mi estilo, diariamente, por ustedes…
deseándoles
siempre lo mejor en mi testamento silencioso...
¡Siempre!
Franz
Alberto Merino Dávila
Poeta
y escritor ecuatoriano.
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